15/5/13

Clases de protocolo: supervivencia en el metro


El otro día leí en una revista que hay una mujer en el Reino Unido intentando resucitar la tradicion de los bailes de debutantes. Para tamaña ocasión y aprovechando que el Pisuerga para por Valladolid, se habían organizado una clases de protocolo previo pago porque como lo cortes no quita lo valiente, una causa noble no esta reñida con sacarle el máximo partido económico. Al fin y al cabo, si las debutantes acaban casadas con partidazos de Eton como el Príncipe Guillermo (en sus años mozos mas porque esta teniendo muy mal envejecer) porque no lo van a hacer los organizadores.

El caso es que como a toda mujer de abolengo que se precie a mí el anuncio de pillo… En el metro, que es el lugar natural de toda mujer moderna. Y pese a todo, me sentí identificada. Porque salvando las distancias de clase y de edad, yo también quiero clases de saber estar: de saber estar en el metro (sin perder los nervios ni el asiento), en el supermercado (alguien se ha fijado la cantidad de gente que van de veraneo allí?), en el taller (no solo cuando te dan la factura sino cuando están examinando al coche con los ojos con el símbolo del dólar y la cara de que no creerse la suerte de poder engañar a una mujer), al teléfono (con los mensajes grabados y las telefonistas humanas automáticas) y todas esas situaciones en las que tienes que elegir entre sonreír y sufrir en silencio una ulcera de estomago o conseguir lo que quieres y que te llamen maleducada.

Y toda esta parrafada, para decir que hoy empezamos las clases de protocolo de supervivencia en el metro.

Y como lo primero es lo primero, comenzamos con las medidas de seguridad: nunca, nunca, saltes delante del tren. Ni en caso de suicidio. El resto de los usuarios no tienen la culpa. Unas pastillitas y un poco de moscatel es igual de efectivo y evitas un montón de niños perdidos por el mundo porque sus padres no llegaron a recogerles del cole.
Y ahora a lo que vamos: el objetivo número uno de ir en metro es ir del punto A a B con el mínimo coste, respirando todo el aire necesario para evitar daño cerebral y, si puede ser, sentada. Ser la más educada y dejar pasar a todo el mundo solo genera varices y, si eres muy buena persona, un 10% de la dosis diaria de satisfacción personal.
Asi que alla vamos:
-Si eres bajita, por favor, acuérdate de las chicas altas como yo: tenemos los riñones destrozados de codazos. No digo mas.
-Cuando entres a la estación, calcula donde están las puertas y cuélate discretamente entre los que ya están esperando.
-Cuando el tren esta parando, mira donde están los asientos libres y prepárate para un salto con pértiga en cuanto hayas dejado a los pasajeros bajar. Nota: esto no da varices, solo satisfacción y es un 20%.
-Si no consigues sitio, mira las caras de los que van en el vagón y elige la persona que crees que se va a bajar antes para marcar de cerca su asiento. Pista: los que están dormidos no son buena inversión, o van muy lejos o se van a pasar su parada.
-Si vas en el vagón como una sardinilla, pon en orden tus prioridades: siempre que sea posible con el pompis (que dia mas cursi que tengo…) contra la pared, que hay mucho tocón que aprovecha la ocasión; una vez que la retaguardia este segura, enfoca tus esfuerzos en respirar. Si necesitas bailar los pajaritos para hacer espacio a tu caja torácica, adelante!
-Cuando estés cerca de tu estación, si el vagón está muy lleno empieza a revolverte (bailar otra vez los pajaritos ayuda mucha, arriba Maria Jesus).
-Cuando llegues a tu destino, lo mejor es que te sacudas el polvo, te repases los labios, te pongas los taconazos que llevas en el bolso, respires hondo y te comportes como si te acabases de bajar de un taxi que cogiste a la puerta de tu casa. Un golpe de melena, guash, guash y está hecho.

Y la semana que viene si tengo tiempo, entramos en el mundo del supermercado y el protocolo para comprar sin morir ni matar en el intento.

Lara Jones